Y toqué un acorde
con esa guitarra
que allá donde vaya
siempre me acompaña,
recordando el día
de aquel dulce encuentro
cantando en la plaza
de la gran ciudad,
tú seguías el ritmo
con bellos susurros,
tal vez un adagio
saliendo de tu alma.
Yo seguí entonando rasgando las cuerdas
de aquella guitarra
para enamorarte.
¡No eran mis manos
las que acariciaban
las cuerdas tensadas, sino el corazón.
Allí se forjó
nuestro gran amor.
Después de los años
yo...¡te sigo amando!
Miguel Alberto, 2024
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