Me reprochaste aquel día
en la puerta de tu madre:
¡Me soltaste cuando más te
necesitaba!
Y yo que fui escudera en todas
las batallas de tu vida
perpleja estaba de que todo
mi cariño mi ayuda y constancia
fuesen pagadas con mentirosas
palabras.
Y con aquella triste factura
que te cobraste
me fui anonadada pensando
de camino al hogar
¿dónde estabas tú cuando
a mí me ahogaba?
¿quién fue mi madre?
¿cómo te sientes tan bien
contigo misma enlodando
todo lo pagado sin obligación
por mi parte?
Te solté de corazón ese mismo
día cuando sentí en el alma
que jamás me valoraste.
La sangre por sí sola no se espesa
cuando se entremezcla con la
bilis.
Pasan los años y nunca fui
más libre que desde que solté
el yugo de un cariño no recíproco.
Nunca fue el peor momento
el sorteado, siempre está por llegar, así que espero que
tu actual escudera no te acompañe sólo para fiestas
o mejor aún,
que algo de lo que te enseñé
te sirva para luchar
tus propias batallas y vencer
tus guerras.
Yo continúo buscando a esa
madre que cuide mis pasos.
De hallarla sería bendecida su
Gracia.
Jamás permitiría que fuese
mancillada por mi propio linaje.
Mano Figueira
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