domingo, 19 de marzo de 2023

DON RICARDO

 Ricardo Carballosa era tan odiado como temido .

Heredero universal de una considerable fortuna un buen pazo e incontables terrenos amén de una  ambición  sin parangón, tanto, que buscó una esposa que aportase más fortuna a su legado  y escogió a  una niña de salud delicada y  poco agraciada, hija única de una viuda que agregaba a su  dote una conservera emergente, la cual fue peso  fundamental para inclinar la balanza a su favor. Así, el señorito  no tardó en desposar a la dama en cuestión en la mismísima catedral de Santiago, con toda la pompa que su egocentrismo le exigía. 

Ese fue el día que Elenita pasó a ser una propiedad más de don Ricardo y despidiéndose de su madre, que regresaba a  su casa de Madrid, llegó  del brazo de su esposo, bien entrada la noche, al pazo « As Hortensias», sin divisar la magnitud de su nuevo hogar, temblando como como hoja de mayo por el azote del viento del norte . 

Ni su madre ni las monjas que la habían  educado  la prepararon para su noche de bodas y la imagen en mente de una novela romántica, que a hurtadillas leyó en la habitación de una compañera de estudios, se borró tristemente cuando su marido desgarró su inmaculado camisón blanco, parte del ajuar que habían preparado las mejores modistas de la capital y que ella misma escogió con cariño con el beneplácito de su señora madre.

La empujó a la cama y  la poseyó con tal violencia  que estaba desmayada para cuando él desahogó su lujuria.

Despertó en la mañana sola en aquella cama enorme, desnuda y magullada sobre la sangre seca de su virginidad e imploró al cielo  fuerzas para lograr superar otra noche de  intimidad con aquella bestia. Pero no fueron escuchadas sus súplicas porque durante casi dos meses fue sometida por el esposo, hasta que el doctor  de la familia certificó que estaba encinta . Don Ricardo no volvió a molestarla durante el embarazo para preservar la salud de su primogénito y ella requirió a su madre a su lado  para ayudarla, aunque lo que necesitaba era que la  escudase .

Madre e hija fueron inseparables durante cinco meses hasta el aciago día en que el parto se adelantó y tras dos días y tres noches de traspasar las fronteras del dolor, parió una niña diminuta que bautizó el párroco en la misma habitación por el terror de la abuela a que muriese sin entrar en el cielo.

Cuando el padre vio a la niña , un ser arrugado del tamaño de su  mano y a su esposa rota y diminuta entre las mantas salió de sus aposentos dando un portazo tan descomunal que la criatura empezó a llorar, dando fe de que seguía en el mundo de los vivos . Esa noche don Ricardo se la pasó encerrado en las bodegas con la intención de emborracharse  para intentar  olvidar a  sus dos  muñecas rotas y allí mismo  tomó a una muchacha del pueblo que ayudaba en las cocinas y, sin él saberlo, engendraba  esa  noche  a su único hijo varón, el que tanto anhelaba, un bastardo en el vientre de una chiquilla morena de piel,  de una belleza inusual que no admiró hasta que bajo la luz de un candil ella  se despojó de su ropa, y sin temor alguno se recostó sobre el cuerpo semi desnudo del amo y lo cabalgó buscando su propio gozo, enloqueciendo al hombre con sus movimientos felinos, mientras la  sangre bajaba por sus muslos firmes y manchaban los del varón, que estalló nuevamente en su interior al tomar conciencia que aquella desenfrenada jinete era virgen y lo domaba como si por su sangre  fluyera la experiencia de la mejor  meretriz .

Mientras dos pisos más arriba la diminuta María luchaba por vivir, su padre preñaba a la  Rosarito y escribía en el capítulo del destino  un cruce de caminos vertiginoso.

Pero esa  (claro está) es otra historia.


Mano Figueira





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