Hace años que todo aquello ha cambiado, la ciencia y el progreso conllevó a que no quebráramos tanto el espinazo trabajando, pero hizo de nosotros unas personas egoístas con menos calidad humana.
Mis abuelos, los tuyos y aquellas personas de la época poseían una honradez y dignidad vecinal extinguida con las siguientes generaciones.
Compraban y vendían tierras con la palabra y mirando a los ojos, ahora hasta con documentos firmados ante notario no se cumplen las condiciones,
preferiblemente se escriben traiciones escondidas en letra pequeña.
La educación, el respeto, la nobleza y la humildad, eran cualidades y vejestorios que por generaciones se conservaban como un “santo grial” .
Los buenos modales en la mesa a la hora de comer o cenar, eran tan
importantes para aquellas generaciones como sacar buenas notas en la escuela: cuerpo rígido, no poner los codos en la mesa, tenedor en mano izquierda,
cuchillo en mano derecha, y no
levantarse sin pedir permiso al abuelo.
El viejo te compensaba a toda esa buena nota, con unas gotitas de vino en el vaso de gaseosa.
Hoy ya quedan muy pocas familias en que todos se junten en una mesa a la hora de comer, quizás por distraimientos y costumbres pobremente sanas, y
por los valores que se han extinguido.
Los castigos y las débiles cachetadas pretendían una instrucción sana, y
llevaban consigo un ánimo de educación y ternura, no eran necesarios asistentes sociales, psicólogos ni tratamientos semejantes para una conducta
familiar medianamente eficaz.
Los remedios caseros contra la gripe o para favorecer el crecimiento, se administraban caseramente por generaciones familiares, y el médico del
pueblo se hacía cargo de algunos casos más severos cuando nuestras abuelas no encontraban el remedio.
Yo no recuerdo de haber padecido una gripe, simplemente algún dolor de barriga inventado para no ir al colegio, y mi
última mentira traviesa en ese sentido, supuso ingerirme un jarabe que el médico de familia me recetó, y que me costó una semana en cama enfermo
de verdad.
Mi abuela materna era una experta boticaria, me suministraba forzosamente
desde muy pequeñito un huevo crudo mezclado con el famoso jerez Sanson, y que necesitaba taparme la nariz para llevarlo hasta mi estómago.
La fuerza medio engañosa y alcohólica de aquel jerez, me aportaba tanta vitalidad, que mi tío tenia que atarme cariñosamente un cordelito en un pié al naranjo de la huerta de casa, hasta que se extinguiese mi griterío y euforia.
"El pasado es la única cosa muerta cuyo aroma es dulce".
Lino Saborido
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