En una de las paredes de mi cuarto está colgado un
viejo reloj, tan antiguo que ya no funciona. Sus manecillas detenidas desde
casi toda mi vida, señalan imperturbables la misma hora; las ocho en punto. Mi
reloj está ahí colgado mas por añoranza que por hermoso. Sin embargo hay dos
momentos al día, dos fugaces momentos donde resurge de sus cenizas y está en
armonía con el mundo. Cuando todos los relojes de la ciudad marcan las ocho mi
reloj cobra vida, sólo dos veces al día mi reloj es perfecto, si alguien lo
mira en esos dos instantes pensará que funciona a la perfección, pero pasado
ese momento cuando los demás siguen con su tic-tac mi reloj pierde su paso y
permanece fiel a aquella hora que un día detuvo su andar.
Cada vez siento que me parezco más a él, también
yo me detengo en el tiempo, alguna vez también fui un adorno inútil colgado de
algún lugar del tiempo de otra persona, pero ahora también disfruto de fugaces
momentos en los que misteriosamente llega mi hora, y en esos momentos siento
que estoy viva, todo es perfecto y el mundo es maravilloso. Puedo sentir,
soñar, crear, decir y hacer más cosas en esos instantes que en el resto del
tiempo. La primera vez que lo sentí traté de aferrarme de ese instante y
hacerlo permanecer en mí para siempre, pero no fue así, como a mi viejo reloj
también se me escapa el tiempo. Quizás sea mi sueño inalcanzable, quizás sea
esa locura mía permanente, o tal vez sólo sea mi instinto de superación, pero
la vida no es respirar, moverse y que el corazón lata en tu pecho. Sólo hay
momentos de plenitud y aquellos que no lo acepten e insistan en querer vivir
para siempre quedarán condenados a un mundo gris y repetitivo andar de la
cotidianidad.
Por eso te amo mi viejo reloj, porque somos la
misma cosa tú y yo, quizás todos vivamos solo en la armonía de algunos
momentos, quizás ahora en este presente sea la verdadera hora de nuestra
armonía, la vida también coincide con tu propia hora.
Paki
Espiño,2022
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