Desde el 'Lazarillo de Tormes' o 'Rinconete y Cortadillo' sabemos que España es cuna de lo que denominamos pícaros. Según la RAE, “personaje de baja condición, astuto, ingenioso y de mal vivir, protagonista de un género literario surgido en España en el siglo XVI”.
En los últimos tiempos se han ido infiltrando entre los más favorecidos, especialmente entre políticos y sus familiares, creando un nuevo fenómeno: los 'golfos'. Recurriendo de nuevo a la RAE, a estos los define como deshonestos, sinvergüenzas y holgazanes.
Si observamos lo acontecido en los últimos años y especialmente las últimas semanas, podemos entender que sufrimos una verdadera epidemia. Así, acabamos de conocer una nueva sentencia del denominado 'caso Gürtel' de enriquecimiento personal y financiación ilícita del PP; lo acontecido con el hermano de la presidenta de Madrid, Tomás Díaz Ayuso; y, mucho más recientemente el de Luis Medina, hijo del anterior duque de Feria, y su amigo Alberto Luceño.
Indudablemente son todos unos golfos de solemnidad.
Además, su beneficio fue obtenido cuando la inmensa mayoría de la ciudadanía lo estaba pasando muy mal. Y si, como parece, se consiguió a través de gestiones que se parecen mucho al tráfico de influencias, en el primer caso a través de su hermana Isabel y en el segundo del primo de Almeida, alcanzaría una mayor gravedad.
Que los golfos implicados hayan invertido sus ganancias en coches de superlujo y relojes a mansalva, yates, chalets, a costa de poner en riesgo la salud de nuestros sanitarios, a la vista de la pésima calidad de los productos, es un escándalo.
Solo por eso merecerían un castigo en la plaza pública.
Lino Saborido Rial
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