domingo, 5 de diciembre de 2021

ANDURIÑA LLORA CUANDO ESCRIBE

 En aquel pueblo gallego con mar, las gaviotas le despertaron al amanecer con sus melodías de hambre anunciando buen tiempo, y a vista de pájaro, empicadas, descendían del cielo zampando sardinas, que nadaban tras sus acuáticos sueños.

Los pescadores gallegos predicen el tiempo por las gaviotas: “Gavotas a terra, mariñeiros a merda, gavotas o mar, mariñeiros a traballar.” Aquella mañana el sol intenso primaveral auguraba buena pesca, las gaviotas habitaban el mar.
La muchacha descendió de su cama, calzó sus pantuflitas de terciopelo azul, y con su charolado y delicado andar se acercó a la ventana, luego con un dedo escribió su nombre en el cristal empañado: “Anduriña”
Sus ojos de color agua marina contemplaron a lo lejos los viejos y curtidos pescadores lobos de mar, que sobre el muelle, armaban sus redes para el espinoso y estoico labor de la pesca.
Los barquitos apenas se bamboleaban, flotaban inmóviles sobre aquel mar dormido en la calma, que parecían de paisaje pintado en un papel.
El abuelo estaba tomando café junto al fuego que calentaba su arrugado y jubilado cuerpo de “lobo de mar”, sobreviviente a más de una docena de naufragios. Tan fortachón e intrépido había sido como marinero, que antes de ahogarse, se hubiese bebido toda el agua del mar. -comentaban sus vecinos-.
El fuego chispeante e intenso sobre la madera de roble que contenia el fogón ubicado en la salita, se fundía con la melodía que el viejo cantaba todas las mañanas:
“Amoriños collín na veiriña do mare, amoriños collín, non os podo olvidare…”
Anduriña no tiene recuerdo de sus padres, su madre murió al parirle, y su padre se “murió en vida” para siempre con su alma de amor enloquecido cuando perdió su amada.
Se cuenta en el pueblo que emigró a Nueva York, y como pasaban sus años “muertos de vida”, vivió arrastrado en su pena, pagando su creída maldad, avergonzado de no volver junto a su hija.
Desde muy pequeña, Anduriña escribe todas las semanas una carta que jamás envió a su padre, y que deposita en un pesado baúl de madera de roble ubicado en su habitación.
“Querido Papá:
Con esta carta, son ya tres cientos que te he escrito, y que te lloro cuando escribo.
Hoy, 26 de Abril, cumplo dieciocho años, pues tengo mayoría de edad para decidir sobre mi vida.
Hace unos días me concedieron una beca para realizar unos estudios en Nueva York.
Con tan corta edad, también me acaban de conceder uno de los premios literarios más importantes de España por la obra “Caminando sin ti”, dedicada exclusivamente para ti, querido padre.
Quiero que sepas que buscaré todos los medios para encontrarte, si es que aún sigues en este mundo.
Aunque siempre me has faltado, siempre estarás en mí.
Tu hija, que te quiere y no te olvida.”
Mientras el pájaro de madera salía de su reloj cacareando con su “cu-cu” las ocho de la mañana, el abuelo subió lentamente las escaleras caracoleadas hasta el ático, y con su voz antigua y educada, carraspeando llamó a su puerta:
-Anduriña, buenos días, el café está recién preparado, y feliz cumpleaños querida nieta.
-Buenos días abuelo, gracias, bajo enseguida. -respondió Anduriña-.
Bella y reluciente, las florecitas verdes de su vestido de volantes, armonizaban bajando las escaleras con su color de ojos grandes, que contemplaban atónicos y sorprendidos el salón lleno de gente cantando su cumpleaños.
La niña y el viejo se fundieron en un abrazo lleno de lágrimas sorpresivas y felices, mientras los invitados se empapaban de aplausos y los gaiteiros entonaban el himno gallego.
El abuelo le había proporcionado una sorpresa inesperada a tan temprana hora de la mañana. Primos, amigos, alcalde y representación cultural de Galicia, estaban presentes en ese humilde y honorable hogar.
Las lágrimas del abuelo –que nadie las había contemplado antes- desprendían felicidad y muchas penas, entre ellas, la nuera tan joven que perdió un día, un hijo que no supo más de él y su esposa que había fallecido apenas un año.
Pero el orgullo y la gloria de tener la nieta más bella, tierna e inteligente de España, -que desde los diez años obtuvo más de veinte premios literarios-, secaron pronto los arduos y empapados surcos del viejo “lobo de mar”
Cuando Anduriña sopló sobre las dieciocho velas incendiadas, -y a seis horas de partir hacia tierra yanki- postuló silenciosa con los ojos cerrados un solo deseo: cruzar el charco y encontrar vivo a su padre.
Jamás su tío Silverio le explicó con certeza acerca de tantos cientos de libros que le había regalado durante estos últimos años.
Mientras su tío conducía por la carretera que bordea “A costa da morte”, camino del aeropuerto de Labacolla, de Santiago de Compostela, Anduriña pensaba en sustraerle alguna respuesta concreta a su tío:
-La mayoría de los libros que me has regalado están impresos en Editoriales de Nueva YorK, y algunos de ellos jamás estuvieron a la venta aquí en España.
Su tio Silverio, -que acostumbraba a responder con pocas palabras y con preguntas-, emitió una tos seca que inducía una sospechosa confusión, al mismo tiempo que giraba la cabeza hacia su izquierda contemplando por la ventanilla el infinito mar acuchillado por el cabo Finisterre.
-Si navegamos en linea recta desde el Cabo Finistere hacia aquel horizonte, llegaríamos pronto a Nueva York.
-Si tío, pero tardaríamos varios días, y en tu minúsculo barquito de pescar sardinas, un mes, si antes no nos devoran los tiburones, prefiero viajar en avión.
Siempre te escabulles sin afirmaciones a mis preguntas. –dijo Anduriña-
-¿Quien entiende a las mujeres sobrina? Lo quereis saber todo.
Escucha este cuento para que te percates que a las mujeres no hay quien las entienda:
Habia una vez un gallego tan amargado en Nueva York, que decidió suicidarse arrojándose desde el puente de Brooklin, pero en el momento justo de querer lanzarse, se le apareció un ángel y le dijo:
-Dios me envía para concederte un solo deseo con la intención de salvar tu vida.
-Desearía un puente directo por encima del mar desde aquí hasta Galicia. -dijo el gallego-.
-Eso es imposible, Dios es misericordioso y compasivo pero tiene un límite en cuanto a peticiones materiales, le ruego piense vd. en otro deseo. -dijo el ángel-.
-Entonces que me conceda la virtud de poder entender totalmente a las mujeres. -dijo el gallego-
-¿Con cuantos carriles quiere vd. el puente? -preguntó el ángel-
-Hombres, hombres, siempre tristes y desolados porque no entienden a las mujeres, sería necesario, pero no interesante, estudiarles más que a los libros.
Yo no te cuento un cuento tío, una realidad que Miguel de Cervantes escribió:
“Las tristezas no se hicieron para las bestias, sino para los hombres, pero si los hombres las sienten demasiado, se vuelven bestias” -dijo Anduriña-
Cuando el silencio cayó sobre la noche estrellada, el abuelo se fue hacia el puerto para contemplar el horizonte y el mar plateado por la luz de la luna, y el aroma a salitre de una suave brisa, evocaba su memoria en tiempos de no ser tan viejo, cuando llegaba a casa después de ondular muchos meses sobre el oleaje, y retornaba a ser hombre escuchando su nombre en los labios de una mujer….
Lino Saborido Rial.
Imagen: Tabarca, la isla de los meros | El Viajero | EL PAÍS

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