sábado, 16 de octubre de 2021

SOPAPOS DE TABERNA.

 

Recuerdo aquella noche de San Juan en la taberna de mi abuelo, cuando yo contaba con menos de siete años.
Gustavo me arrastró con una mano rápida y áspera acurrucándome a sus rodillas en cuclillas, y con la otra mano, tomó por escudo una mesa llena de cartas de partida de truco, que volaron endiabladas por el aire entre humo de cigarrillos.

-No te muevas rapaz, y esconde la cabeza hasta que estos dos locos terminen de matarse. –me advirtió asustado Gustavo-

Restallaban los cristales de vasos y botellas como ráfagas de metralleta, que fustigaban sobre nuestra mesa escudera, todo acompañado de gritos y blasfemias: “Hijo de puta, mal parido, te voy a matar y cortar la polla…”

La película gringa de vaqueros que recién acababa de ver, era un cuento de hadas comparada con la violenta secuencia de dimensiones reales en aquellos años sesenta, en una taberna de un pueblo pequeño, donde todos se conocen, donde las miradas, más que mil palabras insultantes, pueden desenfrenar al diablo y los cuernos del odio vecinal.

En medio de tantos forzudos que trataban desesperadamente sin fortuna de separar al cornudo y al follador de su mujer, endiablados de saliva infernal, -como para lavarles la boca con jabón-, mi madre me indagaba a gritos esquivando botellas, vasos y cristales que planeaban como petardos en la fiesta de San Juan.     

-!Meu fillo, meu fillo, meu filliño, que che van a matar!

Aquellos diez minutos de combate demoraron más que una pelea entre vaqueros de la serie “Bonanza”, sin salsa de tomate, con sangre real que el cornudo vecino chorreaba por su cabeza, a raiz de un botellazo que le propinó su contrincante.

-Además de cornudo, mal herido, mejor dejase seguir disfrutando a su mujer y al amante, así “la sangre no llegaría al río.
–Comentó un vecino cuando la reyerta terminó-

Aquella noche fue propicia para un encuentro entre ángeles y demonios, se unió el vino, el coñac y los cubalibres para sentirse profesionales bailarines los que menos machos se creían, además, hubo fútbol, clásico mundial, había jugado Real Madrid – Barcelona, y derrota de los catalanes, que causó el resentido dolor por el amplio resultado, resultó saltar chispas alcohólicas y deshonestas por la boca de varios “papanatas” perdedores y ganadores.

La dinamita por algún motivo o precedente tenía que estallar, la mecha del alcohol llevaba horas encendida para los republicanos, los franquitas, los futboleros o algún furioso, ansiosos por defenderse de sus indefensas.

Mi abuelo había construido una muralla de mostrador difícil de derrumbar, con ladrillo duro y cemento, recubierto de una formica color granate oscuro,
de la época, dura como el acero, propicia por casualidad y en ocasiones para aquellos sangrientos acontecimientos malparidos.

En una esquina de la parte inferior del mostrador, donde los clientes se apoyaban, quedó grabada meses atrás y para siempre, la marca de mi primo Yoni, que con su estatura de cerca de dos metros y ciento cuarenta
kilos de peso, se exhibía en solitario matando cerdos de doscientos kilos, muertos ya de miedo al ver a mi primo.

Explicándole Yoni a mi padre -con algunas palabras chapurreadas en inglés, adquiridas en la “universidad de barcos mercantes”- como Muhammad Ali
le había propinado un gancho a Foreman en aquel famoso combate de boxeo, fundió sin cálculo preciso sus nudillos de la mano de ogro en una esquina inferior de la fortaleza de mostrador.
El púgil superpeso terminó con la fractura de varias falanges de los dedos de una mano y varios puntos de sutura, dejando un hueco para siempre en el mostrador, y que mi padre bautizó con “el sello de Yoni”.

Pero la suerte estaba a mi favor aquella noche: Gustavo, la mesa escudera que detenía las balas acristaladas, faltaba solo el último milagro para salir ileso de aquella guerra tabernera.

Elevando mi cabeza, con el intento de disolver el humo de mi curiosidad, y encontrar una vía de escape para salir de aquel infierno y encontrarme con mi madre, veo de repente alucinado aparecer a mi salvador:

Yoni era mi superhéroe preferido cuando era niño, muy por encima del Jabato y el capitán Trueno. Un vecino le etiquetó ese nombre por su acento gringo acentuado en las palabras gallegas, después de haber regresado de su primer viaje en barco por las Américas.
Tanto fue mi admiración por mi superhéroe, que bauticé a mi primer perro con el nombre de “Yoni”.

Después de haber devorado una suculenta “cayosada”, su sombra de ogro apareció por la puerta buscando armonía y digestión en el fondo de unos cubalibres. Agarró al follador por la nuca y lo lanzó por los aires hasta el aparcadero, como si fuese un gato volador enrabiado y expulsado por una ventana de una casa ajena, como si yo lanzase un peluche de trapo de cien gramos.

-Verás primo: -dijo Yoni al cornudo malerido-  yo, que anduve muchos años por el mundo adelante, presencié casos y escuché historias increíbles que no te imaginas, y con esa experiencia de la que yo me caracterizo, llegué a la conclusión de que si no quieres perder a tu mujer, existen tres alternativas para zanjar este marrón: mejor arrancarte los ojos para que no veas, el corazón para que no sientas, o cortarle el trabuco de polla a tu contrincante para que te la transplanten a tí.
Y matarlo no podemos, nos llevarían presos.

La palabra preso indagó repentinamente tres golpes secos en la puerta, que supuso el otro imprevisto de la noche sangrienta de brujas en el dia de San Juan:

-¡La guardia civil, abran la puerta!

Yoni, que se había quedado para recibir los honores de superhéroe y embuchar su primer cubalibre, que absorbió de un sorbo, propalando un estruendo animal, como en la garganta de un caballo sediento, le sugirió “sacando pecho” a mi viejo, su intervención de portavoz ante la benemérita.

-Mejor hablaré yo Yoni, -dijo mi abuelo pausadamente y muy sereno-.i>
Vienen de mala ostia por hacer que trabajan un domingo de San Juan. Estoy seguro que todo lo que yo se, que no se nada, dejará inmunes de presidio a los implicados, y el pago de los destrozos de mi taberna, se
saldará cuando el follador y el cornudo sellen la paz.

Con toda su parcimonia, mi abuelo trasladó de izquierda a derecha cuatro pistillos antirrobos artesanos de la época, y abrió la puerta.

Entraron aquellos cuatro bigotudos “escarabajos verdes”, tricorniados casi cubriendo sus ojos, sus fusiles colgando como si fuese estallar nuestra segunda guerra civil. Me dieron más pánico que hablarme del “hombre del
saco” o la “santa compaña”, y me agarré a una pierna de mi superhéroe como un náufrago a un tronco flotando en el oleaje del mar.

Yoni me subió a sus brazos y me susurró en voz baja: “tranquilo primiño, estos son otros “pallas malladas” , se irán como han venido, verás como tu abuelo saca un as de la manga.

-¿Que es lo que ha pasado aquí y quienes son los responsables? –preguntó con voz enérgica y dictadora el sargento-

Mi abuela y mis padres respondieron con la mirada hacia el techo, silbando la melodía de una canción llamada “yo no se nada”.

Mi abuelo, con un carácter diplomático y apacible, observó fijamente mirando a los ojos al “chuletas” del sargento tricorniado con cabeza de cerilla y bigote de estropajo, al que le respondió con otra pregunta:

¿Sabe vd. que dijo Noé cuando subió a su arca, señor sargento?

Mi abuelo conocía corruptiblemente aquel sargento, que se dedicaba a la extorsión y contrabando de cualquier producto ilegal, principalmente el
tabaco rubio que decomisaba, revendido sobornadamente a los taberneros de la zona.

-No es hora de sermones eclesiásticos, el cura no ha llamado a su puerta para charlar sobre la biblia, pero me gustaría saber lo que dijo Noé, señor  tabernero.
-contestó el argento con sonrisa cínica de torturador, al mismo tiempo que afilaba su gran mostacho con los dedos-.

-Noé dijo: “estoy rodeado de animales”.
–respondió mi abuelo-

Lino Saborido

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