Este no es un lunes cualquiera. Es el puto lunes después
de un desagradable Domingo donde por fin se quitan las máscaras y se ponen las
cartas sobre la mesa, para darte cuenta que esa vocecita estúpida que lleva una temporada conectando
todas las alarmas y a la que silencias con excusas de quinceañeras, tenía
razón, toda la razón. Ahora no la escucho porque mi llanto es tan desgarrador
que mis lamentos no me dejan ni pensar.
La otra, la adolescente llena de fe y sueños de
final feliz, ni aparece, creo que a ella sí la pilló de sorpresa. Así que sin
dormir, pensando y repensando en cómo salir de esta, estoy medio zombie. Hay
una parte de mí, quizás la del acné que quiere pasar página y hacer como que no
pasa nada, pero la otra está preparando la maleta y rumiando por lo bajo, de
cero, de menos cero, de cero y vuelta a empezar. Y dicen que soy dura de roer,
y juran que a mí no me doblega nadie, ni concedo pleitesía a ningún Rey, aunque
sea el dueño de mi corazón, pero estos amos que te saben fieles, se aprovechan
de tu amor y lo retuercen hasta dejarte sin cordura.
Es por ello que en la oficina las letras del
ordenador se entremezclaban y las agujas del reloj parecían no tener piedad.
Hay días que es mejor no salir de cama, y hay vidas que con un par de palabras
se truncan para siempre, porque nada es para siempre salvo el desamor.
Mano
Figueira,2021
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