RECEPTORES HOSTILES
Todo
empezó en marzo,ese mes tan nefasto para Julio César y tan del agrado de Marte,
dios romano de la guerra ...Aún seguimos aquí, muchos a los que los sanitarios, científicos y, cómo no, el
azar todavía mantienen. Hasta esa fecha malhadada del confinamiento, mi
relación con las “nuevas tecnologías” no dejaba de ser indiferente, eso sí: con
altibajos que oscilaban entre un pseudo-entusiasmo, dirigido por la evidencia
de sus múltiples ventajas y el cabreo furibundo contra la terminología que
tenía que dominar para relacionarme con el ordenador (“la nube” ya no era un
cúmulo de entes que van por el aire a una velocidad inusitada, provocando la
lluvia, “un archivo” no tenía nada que ver con un mueble en el que se
custodiaban textos para ser estudiados en un momento preciso, en “el puerto” ya
no se anclaban naves, “las plataformas” dejaron de ser construcciones elevadas
sobre un armazón y ni mucho menos las continentales que estudiábamos en
geografía, “las aplicaciones” no se restringían al mundo del ganchillo o las
matemáticas. Expresiones como “insertar adjuntos”, “copiar o pegar documentos”
“gigas” , por no hablar de “disco extraíble o duro externo” “USB”,etc). Uno se
acostumbra cuando entiende y la calma se recobra.
Soy
una de las afortunadas que durante el confinamiento pudo trabajar y mantenerse
gracias a escuetos (por voluntarios) conocimientos de la informática. Pero
desde ese aciago mes hasta la fecha, la vida cambió. “Los esfuerzos”
gradualmente inútiles de los jerifaltes correspondientes por normalizar una
situación agresivamente anormal, redacción de programaciones de programaciones,
revisión de “estándares de aprendizaxe”, memorias de memorias...en fin, una
locura que no sólo afectó a mi profesión, sino que (y esto sí es grave) dañó y
arruinó irremisiblemente a muchas otras. Me percaté de la buena voluntad y
solidaridad de la mayoría así como de la inconsciencia, avaricia y
retorcimiento de una espantosa minoría. La conciencia social se vio
resquebrajada.
Yo,
mientras, intentando dar clases mediante un canal que atentaba directamente con
mi percepción de la docencia: reuniones por “webex”, clases “Skype” o video-
llamadas… Todo lo que creía dominar se vino abajo y tuve que reconstruirme,
preocupada por adaptarme a la llamada “nueva realidad” término tan querido por los amantes del relato más
que del acto. Con todo, fue necesario, pues esta cara es la más amable de la
pandemia: ahora lo importante era sobrevivir, ya tendríamos tiempo de calor
humano….Esto en marzo del 2020 y seguimos más resilientes que asustados en
enero del 2021.
No
voy ahondar en una herida tan profunda como colectiva. Pienso en las víctimas,
nosotros , los seres humanos , los que todavía estamos aquí, levantándonos día
a día y los que ya fueron engullidos de
forma inmisericorde por el COVID o como llamen a este bicho que está dañando
tanto y a tantos.
De
pronto, como suele ocurrir todo, centré mis esfuerzos en olvidar las miserias
humanas y buscar referencias en el talento, mediante la lectura, la música y
cualquier manifestación artística. En medio de mis escarceos, lo conocí y me
enamoré: se llamaba Alan Turing, el matemático y atleta británico, considerado
uno de los padres de la informática moderna. Su vida fue siempre simbiótica con
su obra. Diseñó la famosa máquina que venció a la germana y sofisticada
Enigma, rodeado de valiosos
criptógrafos, contra todo pronóstico y las oposiciones intermitentes y
terminantes de los mandatarios del momento. El artilugio de Turing salvó miles
de vidas durante la Segunda Guerra Mundial, mientras que su artífice, el genio
nacido en 1912, malvivió asustado por su homosexualidad y murió el 8 de junio
de 1954 en su casa de Manchester. La policía
encuentra junto a su cama una manzana mordida y rociada con cianuro. Todavía se
especula si su muerte fue un suicidio o un accidente, como sostuvo su familia.
A día de hoy y gracias a Turing, mi relación con la
tecnología ha cambiado: no tengo que dialogar con el ordenador, ni defenderme
de él, todo consiste en saber darle las órdenes precisas. Por eso, me sigue
siendo indiferente, es una gran herramienta, ni más ni menos. Nos ayuda a
muchos como yo a salir de las huestes de receptores hostiles y seguir
trabajando ¡todo un lujo!. No obstante, una vez aprendido y aprehendido de qué
va todo esto , releí el Decamerón e hice un curso sobre “on -line” sobre las
pandemias en la antigüedad, en lugar de matricularme en otros
muchos de Moodle. “Mi matemático” ya me enseñó lo suficiente.
https://www.youtube.com/watch?v=jjZa3p9E_dI
Ana Rivas
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