Hasta hace un cuarto de telediario, siempre me he quejado del rol de la hermana mayor.
No digerí el gran compromiso ni la infancia perdida, no perdoné tener que esconder la timidez tras el personaje de villana de cara dura, de circonita ante patanes y mediocres de pacotilla.
Escuché con paciencia todas las quejas de mis hermanos, fui mediadora en batallas perdidas de antemano, aval contra envites pronosticados. Trencé el cabello de las chicas y fui vaquera con el chico. Medié ante maestros, velé con los médicos, lloré por castigos impuestos que no me merecía, pero me tocaba por jerarquía.
Siempre fiel, siempre vigía, el teléfono activado para cualquier desafortunado. Y me cansé de veras porque pasados los años seguía estando de comodín de los hermanos.
Y un día una antigua fotografía me hizo reaccionar. El yo para todo el yo con todos el yo contra todos, reflejada en mis ojos de niña y pensé: ¿quién me ayudó a mí? ¿ pueden esperar más de una cría educando a otros niños?
Fue el detonante. Cerré la oficina y corté las bridas del pasado para centrarme en mi vida.
No entran en el guion si yo no los quiero en mi película. Ahora somos cuatro personas maduras y me siento libre y estoy en paz. Feliz de que les vaya todo bien y bien feliz de ser solo yo.
Mano Figueira
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