Sí, estos meses serán los meses de la felicidad ficticia, porque, por desgracia, esa felicidad se desvanece, se convierte en una mezcla de dolor, vergüenza y tristeza, cuando veo el mundo a mi alrededor y sé que la primavera no le llega a todo el mundo, ni les llegará a los niños de Siria, de Sudán, de Yemen, de Etiopía, o de cualquier otro país inmerso en las guerras criminales, también la última, la de Ucrania; o cuando veo que familias enteras se quedan sin hogar por la avaricia de unos pocos, o al ver a los ancianos cobijados en un portal y viviendo a la intemperie.
Yo, que por carácter soy feliz todos los días (o casi), sean nublados o soleados; que me basta con mirar sanamente el amanecer, o solo con escuchar las risas de los niños, o ver los arrullos de dos viejecitos, o cuando mi gatita se me acerca para pedir comida.
Pero si alguna cosa me hace sentirme satisfecho es cuando pienso en los ricos y poderosos, como Putin, dirigentes de la OTAN o el dueño de Amazon, o el chulesco empresario que se ha forrado gracias a sus chanchullos y esclavos, y que no se pueden llevar al otro barrio más de lo que me llevaré yo, porque eso, estoy seguro, a ellos los hace infelices.
Sí, estos meses serán los meses de la felicidad ficticia, porque, por desgracia, esa felicidad se desvanece, se convierte en una mezcla de dolor, vergüenza y tristeza, cuando veo el mundo a mi alrededor y sé que la primavera no le llega a todo el mundo, ni les llegará a los niños de Siria, de Sudán, de Yemen, de Etiopía, o de cualquier otro país inmerso en las guerras criminales, también la última, la de Ucrania; o cuando veo que familias enteras se quedan sin hogar por la avaricia de unos pocos, o al ver a los ancianos cobijados en un portal y viviendo a la intemperie.
Porque, claro que a otros les debe hacer feliz joder al prójimo, desahuciar, robar, recortar derechos, mandar cartas cachondeándose de los jubilados, empezar guerras aquí y allá, bombardear escuelas y hospitales, o acusar de tráfico de personas a aquellos que se juegan la vida para salvar de morir ahogados a los refugiados.
Entonces mi felicidad se convierte en vergüenza, por ser capaz de sentirme feliz a sabiendas de que la primavera no les llega a todas las personas, ni nunca les llegará, mientras yo cierre los ojos para no ver, me tape los oídos para no escuchar, cierre la boca para no protestar y me cobije en mi feliz comodidad, encerrado en mi torre de marfil del mercadillo.
Por Lino Saborido.
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