miércoles, 6 de abril de 2022

PRIMAVERA, FELICIDAD FICTICIA

 Sí, estos meses serán los meses de la felicidad ficticia, porque, por desgracia, esa felicidad se desvanece, se convierte en una mezcla de dolor, vergüenza y tristeza, cuando veo el mundo a mi alrededor y sé que la primavera no le llega a todo el mundo, ni les llegará a los niños de Siria, de Sudán, de Yemen, de Etiopía, o de cualquier otro país inmerso en las guerras criminales, también la última, la de Ucrania; o cuando veo que familias enteras se quedan sin hogar por la avaricia de unos pocos, o al ver a los ancianos cobijados en un portal y viviendo a la intemperie.

Yo, que por carácter soy feliz todos los días (o casi), sean nublados o soleados; que me basta con mirar sanamente el amanecer, o solo con escuchar las risas de los niños, o ver los arrullos de dos viejecitos, o cuando mi gatita se me acerca para pedir comida. 

Pero si alguna cosa me hace sentirme satisfecho es cuando pienso en los ricos y poderosos, como Putin, dirigentes de la OTAN o el dueño de Amazon, o el chulesco empresario que se ha forrado gracias a sus chanchullos y esclavos, y que no se pueden llevar al otro barrio más de lo que me llevaré yo, porque eso, estoy seguro, a ellos los hace infelices.

Sí, estos meses serán los meses de la felicidad ficticia, porque, por desgracia, esa felicidad se desvanece, se convierte en una mezcla de dolor, vergüenza y tristeza, cuando veo el mundo a mi alrededor y sé que la primavera no le llega a todo el mundo, ni les llegará a los niños de Siria, de Sudán, de Yemen, de Etiopía, o de cualquier otro país inmerso en las guerras criminales, también la última, la de Ucrania; o cuando veo que familias enteras se quedan sin hogar por la avaricia de unos pocos, o al ver a los ancianos cobijados en un portal y viviendo a la intemperie.

Porque, claro que a otros les debe hacer feliz joder al prójimo, desahuciar, robar, recortar derechos, mandar cartas cachondeándose de los jubilados, empezar guerras aquí y allá, bombardear escuelas y hospitales, o acusar de tráfico de personas a aquellos que se juegan la vida para salvar de morir ahogados a los refugiados.

Entonces mi felicidad se convierte en vergüenza, por ser capaz de sentirme feliz a sabiendas de que la primavera no les llega a todas las personas, ni nunca les llegará, mientras yo cierre los ojos para no ver, me tape los oídos para no escuchar, cierre la boca para no protestar y me cobije en mi feliz comodidad, encerrado en mi torre de marfil del mercadillo.

Por Lino Saborido.





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