Tal vez quien lea este relato pueda pensar que es producto de la fantasía de un niño, pero es literalmente una más de mis vivencias entre los amigos de Cobas. En el tercer relato mencionaba las prácticas de tiro de los militares en Narmadeiro, pues bien, al día siguiente de terminar los ejercicios, comenzaba la búsqueda por parte de los chicos, del material que aquellos habían dejado en el campo, como cápsulas de fusil y peines enteros sin disparar, que luego en casa separaban las balas de las cápsulas con ayuda de dos alicates y recogían cuidadosamente la pólvora del cartucho; de un martillazo en la cápsula ya sin bala y sobre un yunque eliminaban el fulminante que salía disparado. Pero lo más valorado era el hallazgo de un mortero que no había explotado y que aparecía entre las rocas de la playa o en la arena. Ellos debían haber sido instruidos por los militares porque sabían que un mortero que no había explotado, por algún defecto, era inofensivo. Allí mismo desmontaban la parte trasera de cuatro aletas y después lo abrían para extraerle la trilita. De una parte obtenían chatarra que luego vendían y de otra un material explosivo que utilizaban para pescar y hacían lo siguiente: se procuraban un bote de hojalata con tapa sin cortar de todo (envase que había sido de pimientos rojos) en los desechos de la parte de atrás del bar de Rogelio. Apretaban la trilita dentro del bote, luego hacían una mecha impregnando un grueso cordel en cera caliente e inmediatamente lo rebozaban de pólvora que una vez solidificado todo lo introducían en el bote y en contacto con la trilita, a continuación sellaban la tapa con cera caliente, dejando fuera un tramo de mecha de unos quince centímetros y ya tenían lo que querían. Este ingenio lo llevaban cuando iba a "o lindeiro" pero elegían las zonas de O Porto o A Ribeira de Evaristo y siempre con la marea alta, porque en ambos sitios hay un pequeño acantilado sobre el mar. Una vez situados aquí, el más avezado le ponía fuego a la mecha y rápidamente lanzaba el bote al mar, diciendo ¡¡A tierra!!, y todos al suelo; a los pocos segundos parecía que el mar hervía en aquel punto por la explosión pero apenas con ruido. De inmediato aparecían maragotas y merlones o robalizas, según la zona, flotando panza arriba. Dos o tres de ellos bajaban hasta el nivel del mar y con cañas largas de hojas en la punta, a modo de rastrillo atraían y cogían tres o cuatro peces pero la mayor cantidad se la llevaba el mar. Esta práctica se repetía siempre que hallaban un mortero.
 
  
 
    
  
   
    
 
    
Ocasionalmente, tal vez cada mes, pasaba por O Prior un chatarrero en un carro y le vendían la "mercancía". Yo desconocía esta operación pero la
honestidad de aquellos chicos no tenía límite; una vez que cobraban me entregaban alguna peseta y "motas" como parte que correspondía por haber contribuido a la búsqueda
del material vendido.
Ya entonces y sin saberlo
hacían reciclaje.
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