Casi todas las viviendas de A Pedreira tenían unos complementos que eran necesarios para la forma de vivir de los vecinos. Próximo a la casa solía haber un pozo (de agua no muy buena), un pequeño galpón o "cabana" donde guardaban el carro, hierba de reserva para las vacas y aperos de labranza. Las vacas solían estar en la "corte" en el interior de la casa pero claro, necesitaban hierba y para eso se las llevaba diariamente a "0 lindeiro" a pastar. Yo iba siempre con mis amigos más próximos José y Lolo, cuya madre Cristina, mujer de bondad infinita, les procuraba todo lo necesario para estar varias horas lejos de casa junto a los demás chicos de la zona, también con su ganado. El área de pasto variaba, si unos días era por Marmadeiro otros era por los campos hasta O Vilar donde no había casa alguna. Al salir, mi madre me preparaba un bocadillo considerable para la merienda pero ellos no llevaban nada y cuando llegaba la hora, una vez las vacas pastaban tranquilamente, actuaban del modo siguiente: iban a las huertas próximas en donde había patatas plantadas y "cacheaban" los pies de las plantas para tomar las de tamaño adecuado, volviendo a colocar la tierra en su sitio y procedían a asarlas.
Aunque el dueño de la plantación pasara por allí, solo les saludaba porque sabía que era su merienda y no estropeaban nada. Para asarlas encendían una fogata y para ello recogían bosta seca de vaca ("bosteira" decían), que era un material abundante e inmejorable combustible, encima echaban palos y cuando había brasa cubrían todo con unos terrones de hierba seca en forma de placas que los militares habían arrancado para hacer trincheras de las prácticas de tiro y luego abandonaban. No habría horno más natural y eficiente que aquél porque colocaban las patatas en su interior y al poco tiempo ya estaban listas para comer. Procedían luego al reparto más equitativo imaginable: hacían unos montoncitos de cuatro o cinco patatas cada uno y según el número de comensales; entonces uno de ellos "tapaba", esto era alejarse del grupo y volvía la espalda de modo que no veía las patatas, luego otro señalaba un montón y le preguntaba "para quen é este" y el alejado decía un nombre, luego otro y así hasta terminar.
Una vez merendado, repartíamos entre todos a modo de postre el bocadillo que me había hecho mi madre. Aquellas patatas me sabían a gloria, no hay otras como ellas. Al cabo de años y lejos de Cobas he intentado asarlas igual, pero, tal vez por falta de alguno de los componentes de origen nunca conseguí algo que se pareciera. Sin duda es el aire puro y limpio de Cobas que hasta para una buena combustión es favorable y diferente.
Praias de Vilar, Grande, Fragata
Jesús Guimarey Mascaró
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