Que pasé
por este mundo hasta hace muy poco con la convicción de que el amor de tu vida
siempre está con el amor de la suya, que esa gran amiga lo único que tiene
desorbitado es el amor propio, que el compañerismo se perdió cuando la empatía
dejó paso al pelotilleo, que decepción tras decepción no es que se te seque el
corazón: es que se forja de un material imbatible para los seres comunes que intentan acceder a
una, y repasando viejas fotos cuando vivías en ese paréntesis feliz que te da
la inmunidad de la ignorancia, te embarga la añoranza de cuando la risa te
asaltaba por cualquier nimiedad y los ojos brillaban como dos únicas estrellas
en la noche más oscura. Y es aquí cuando en un momento de bajón personal y con
los pies tocando el fondo mismo de la desesperanza, en un acto de rebeldía
abres una ventana y por ese resquicio escuchas el trino de un pájaro que a la
vista de los ojos es uno más de tantos, pero al observarlo desde la perspectiva
del corazón, percibes que su canto invade
espacios oscuros y ya olvidados. La
magia de ese Merlín (ño) abre una grieta por donde se filtra una amistad que
sólo entienden dos almas que pueden enamorarse de la pluma que, guiada por la
esperanza, corre como sangre por las venas y llega con premura a ensancharte ese músculo
antes atrofiado por la decepción.
¡Gracias
Merlín (ño)!
Mano
Figueira,2021
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